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SOBRE EL ESTADO DE LA CULTURA EN BURGOS |
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DEL 21 DE OCTUBRE al 2 DE DICIEMBRE 2022 Inauguración 21 octubre / 20.00 h SOLASTALGIA es una exposición colectiva e itinerante propuesta desde Espacio Tangente y su Foro Arte y Territorio, Imágenes y Palabras-El Hacedor y Ecologistas en Acción que nace con la vocación de documentar y sensibilizar sobre las agresiones al territorio en lo que se ha venido en llamar la España vaciada, con especial énfasis en la provincia de Burgos, que puede servir de ejemplo de caso, ya que esto tiene efectos y consecuencias similares en otras provincias del estado español como Soria, Palencia, Zamora, Teruel,....La muestra pretende acercarse al mundo rural con una mirada crítica y consciente. ANTECENDENTES Las centrales nucleares y los pantanos impuestos durante la dictadura franquista -aunque no solo- muestran como el falso discurso del progreso y el desarrollo sirven, en realidad, para beneficiar a unos pocos. La herencia radiactiva o los pueblos sumergidos bajo el agua fueron parte del precio a pagar. Hoy el oligopolio eléctrico sigue disfrutando de unos beneficios caídos del cielo, mientras que nuestra factura de la luz aspira a convertirse en un artículo de lujo. Hace unos años, el fracking, tecnología importada de EEUU, amenazaba con arrasar territorios, paisajes, ecosistemas y formas de vida. A cambio, pozos petrolíferos, balsas de lodos contaminantes y kilómetros de desolación. Gracias a que lo que podría haber sido nuestro futuro ya era presente en otros lugares, se pudo frenar la locura extractivista. Hoy, esos mismos territorios se encuentran amenazados por una avalancha de parques eólicos y mega-instalaciones solares que pretenden cubrir espacios de alto valor ecológico y paisajístico. El primer boom de las renovables en Castilla y León, dominado por los parques eólicos, estuvo marcado por la corrupción y la falta de planificación. Alguno de los responsables se sienta hoy en el banquillo. No todos. La sombra de la mala gestión del bien común se cierne sobre el actual impulso renovable. Son las empresas multinacionales las que deciden ubicaciones y megawatios a instalar; decisiones en las que prolifera únicamente el precio del suelo, ni su valor, ni su historia. A veces para especular, siempre para tratar de llevarse tajada. De nuevo la maximización de beneficios por encima del interés general. No solo el modelo energético actual, obsoleto e injusto, se aprovecha del territorio rural. El sistema agroalimentario también impone sus condiciones a quienes habitan en los pueblos. La ganadería industrial (o macrogranjas) repuebla con cerdos los lugares en los que apenas quedan personas. Falsas promesas de empleo y futuro a cambio de contaminación, maltrato animal y calentamiento global. La agroindustria, como el oligopolio eléctrico, acumula en pocas manos los beneficios de alimentar el mundo. Vivir del campo es una tarea difícil y la respuesta a la pregunta ¿cómo queremos alimentarnos?, ha sido hurtada al común. Parece que la naturaleza, como espacio, como paisaje, como fuente de vida, no tiene sentido sino es para producir, para entregarnos recursos con los que mantener funcionando la maquinaria del capitalismo más depredador. Monumentos naturales accesibles en coche para poder sentir la libertad que venden los anuncios publicitarios; mientras otras migran a las ciudades porque no pueden buscarse la vida en los lugares en los que nacieron, en su hogar. La España vaciada, la Laponia española. No es fácil quedarse, pero tampoco lo es regresar. El desmantelamiento de los recursos públicos afecta a aspectos tan cruciales como la sanidad o la educación. Las y los pequeños, a menudo, deben recorrer kilómetros para llegar a la escuela más cercana; más tiempo al día en autobús o en coche que quienes viven en las ciudades. Pero la caza, para divertimento de la casta escopetera y rancia, se erige en símbolo de lo que debe ser el motor del desarrollo rural. Este sistema ignora nuestra ecodependencia, tal y como hace con los cuidados. La base material de la vida nos la da la naturaleza: el aire, el agua, los alimentos, la tierra; pero la economía actual no funciona sobre esta lógica. Al contrario, se asienta en la idea de que se puede vivir de espaldas a ella y dominarla. Se trata de una idea tan arraigada, un modelo tan poderoso, que solo puede superarse con una transición profunda y radical que nos permita empezar de nuevo. Sin embargo, sabemos qué es lo que hay que hacer. La naturaleza nos ofrece el conocimiento que no debería haberse perdido. Y gran parte de él se encuentra, todavía hoy, en los entornos rurales. La explotación del rural no se ha limitado a los recursos, sino que ha ninguneado y despreciado el conocimiento que nos vincula a la naturaleza como parte de ella. El expolio no ha sido solo de materias primas, también la memoria y la sabiduría ancestral han sido robadas. El pensamiento que contrapone, como pares opuestos (y jerárquicos), la cultura a la naturaleza, lo masculino a lo femenino, la razón a la emoción; también privilegia a lo urbano frente a lo rural. Una construcción que invisibiliza el par que considera inferior y que sirve para construir un relato de que lo rural, el campo, sirve a las necesidades de lo urbano. Principalmente para abastecer o para proporcionar espacios de ocio y desconexión. Se usan palabras como progreso y prosperidad y otras que tiñen de verde y sostenibilidad el discurso, para intentar lavar sus acciones o, al menos, su imagen. En realidad solo quieren lavarse las manos y salirse con la suya, seguir perpetuando sus beneficios aunque sea hipotecando a las generaciones futuras. No solo a las que habitan (o quisieran hacerlo) en el mundo rural, sino a todas. A punto, como estamos, de “perder una pequeña y fugaz ventana de oportunidad para asegurar un futuro habitable y sostenible para todas las personas”, tal y como señala el último informe del IPCC, no parece buena idea dejar en manos de corporaciones y señoritos el futuro que nos espera. |
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